Rara vez llegamos a conocer la semilla primigenia de los mitos de la antigüedad, cuya gestación queda para la interpretación de arqueólogos, antropólogos y psicoanalistas de lo pretérito, quienes intentan componen un árbol genealógico que enlace fábulas de diferentes culturas y épocas. Con dificultad encuentran, si es que la llegan encontrar, la raíz misma de las leyendas, que suele perderse en el irrecuperable ámbito de las tradiciones orales de hace siglos. Pero nuestra época tiene también sus propios mitos, y lo más fascinante es que ahora sí podemos rastrear su origen hasta un único incidente, o hacia un reducido ramillete de interpretaciones erróneas sobre ese incidente. Esto nos ayuda a entender cómo pudieron nacer las leyendas antiguas, pero también nos ayuda a conocer nuestro anhelo de prolongar el mundo mágico en el que la humanidad ha vivido durante miles de años, nuestro ansia por encontrar nuevas dimensiones en este previsible, mecánico y prosaico universo. Un buen ejemplo es el nacimiento del platillo volante como mito popular allá por 1947, cuando el aviador Kenneth Arnold afirmó haber visto varios objetos extraños que volaban trazando una trayectoria ondulante como la de «platillos sobre el agua». Cuando su testimonio fue aireado por la prensa, poco importó que Arnold hubiese descrito aeronaves con forma de ala delta y no redondas como discos. La expresión «platillos volantes» excitó la imaginación colectiva con tanto ímpetu que empezaron a proliferar los avistamientos de objetos circulares que no se parecían a los que él había visto. Pues bien, la mitología sobre el famoso Triángulo de las Bermudas nació y creció siguiendo un guion parecido, aunque con una diferencia: si el mito de los platillos volantes se convirtió en un fenómeno social a nivel mundial de un día para otro, el del Triángulo, como las viejas leyendas marineras, estuvo cociéndose a fuego lento en el horno de los equívocos durante más de dos décadas antes de que el mundo entero escuchase hablar sobre él. La posibilidad de que un ominoso polígono devorase aviones y barcos por efecto de fuerzas paranormales o de la inquietante actividad de traviesos alienígenas era algo demasiado atrayente como para no convertirse en un icono de la cultura popular.
Siga leyendo en Jot Down.