sábado, 10 de septiembre de 2016

El Escéptico: nº 44 (anuario 2016)

El nº 44 de la revista "El Escéptico", publicada por la asociación ARP - Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, ya se puede leer a través de su página web.

Este número recoge la primera presentación en forma de anuario de la revista. Tras el editorial y la memoria de actividades de la asociación, correspondiente al período 2015-2016, se presentan trabajos que analizan desde focos diversos la utilización espuria de la ciencia, la conexión entre escepticismo y literatura y el uso de la magia para desmontar embustes. También se incluyen dos trabajos más, uno sobre la cohabitación en la universidad entre conocimiento científico y creencias paranormales, y otro sobre el papel de la filosofía en la formación del pensamiento crítico.

Accede al resto de números de la revista a través de la web de ARP-SAPC.

Si lo prefieres, puedes leer la revista a través del portal issuu, especializado en lectura on-line.

miércoles, 24 de agosto de 2016

El triángulo de las Bermudas, o cómo crear un mito moderno desde la nada

Rara vez llegamos a conocer la semilla primigenia de los mitos de la antigüedad, cuya gestación queda para la interpretación de arqueólogos, antropólogos y psicoanalistas de lo pretérito, quienes intentan componen un árbol genealógico que enlace fábulas de diferentes culturas y épocas. Con dificultad encuentran, si es que la llegan encontrar, la raíz misma de las leyendas, que suele perderse en el irrecuperable ámbito de las tradiciones orales de hace siglos. Pero nuestra época tiene también sus propios mitos, y lo más fascinante es que ahora sí podemos rastrear su origen hasta un único incidente, o hacia un reducido ramillete de interpretaciones erróneas sobre ese incidente. Esto nos ayuda a entender cómo pudieron nacer las leyendas antiguas, pero también nos ayuda a conocer nuestro anhelo de prolongar el mundo mágico en el que la humanidad ha vivido durante miles de años, nuestro ansia por encontrar nuevas dimensiones en este previsible, mecánico y prosaico universo. Un buen ejemplo es el nacimiento del platillo volante como mito popular allá por 1947, cuando el aviador Kenneth Arnold afirmó haber visto varios objetos extraños que volaban trazando una trayectoria ondulante como la de «platillos sobre el agua». Cuando su testimonio fue aireado por la prensa, poco importó que Arnold hubiese descrito aeronaves con forma de ala delta y no redondas como discos. La expresión «platillos volantes» excitó la imaginación colectiva con tanto ímpetu que empezaron a proliferar los avistamientos de objetos circulares que no se parecían a los que él había visto. Pues bien, la mitología sobre el famoso Triángulo de las Bermudas nació y creció siguiendo un guion parecido, aunque con una diferencia: si el mito de los platillos volantes se convirtió en un fenómeno social a nivel mundial de un día para otro, el del Triángulo, como las viejas leyendas marineras, estuvo cociéndose a fuego lento en el horno de los equívocos durante más de dos décadas antes de que el mundo entero escuchase hablar sobre él. La posibilidad de que un ominoso polígono devorase aviones y barcos por efecto de fuerzas paranormales o de la inquietante actividad de traviesos alienígenas era algo demasiado atrayente como para no convertirse en un icono de la cultura popular.

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domingo, 13 de marzo de 2016

'Gente peligrosa', por Philipp Blom

Por Agustín García Simón
Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración europea.

Invitado por el propio barón D´Holbach, el entonces famoso actor y empresario teatral londinense, David Garrik, visitó París en los años 1763 y 1765. Asiduo del salón del barón, en una carta a un amigo escribió: “Nos reímos mucho en casa del barón (donde una vez cenaste) por la gente peligrosa que frecuento, siempre estoy en ese círculo”. La gente peligrosa no era otra que los frecuentes moradores del más radical de los salones parisienses en las décadas previas a la Revolución: Chez D´Holbach, el salón de Paul Henri Thiry D´Holbach, encarnación por antonomasia del ateísmo ilustrado, el “enemigo personal de Dios”, según le llamaban sus amigos. Dos veces por semana, el barón recibía a sus amigos en su casa, donde les ofrecía menús salidos de una cocina exquisita y el acompañamiento de una bodega espléndida. En el ambiente eufórico y bullicioso de tan gratas condiciones, los ilustrados radicales echaron las bases de un mundo nuevo, que tenía que erradicar de cuajo la opresión alienante de la religión y sus dioses, y sustituir sus sombras de sumisión por la luz de la razón, la ciencia y la materia. Tanto tiempo después, en plena confusión intelectual y cultural, en medio de un océano de impostura y banalidad, aparece la traducción española del libro de Philipp Blom, Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración europea (Barcelona, Anagrama, 2012), una obra tan amena como rigurosa, tan poco académica como muy atractiva; una lectura deseable que pone ante nuestros ojos las claves de unas vidas y obras cuya frescura nos tonifica, y cuyo ejemplo nos sigue resultando imprescindible.

Separada de los ilustrados moderados y deístas (Voltaire, Kant, o el paranoico Rousseau, que renegó a ultranza de sus, en un primer momento, amigos radicales, para simbolizar en adelante la Contrailustración, etc.), la “sinagoga de los filósofos” (como llamó Diderot al salón D´Holbach), reunió a los más jóvenes, prometedores y radicales ilustrados franceses (Diderot, Helvetius, Grimm, Morellet, Marmontel, Raynal, La Mettrie…), hasta seducir con su eco a los ilustrados británicos e italianos ( David Hume, Edward Gibbon, Adam Smith, Galiani, Cesare Beccaria…) y convertirse incluso en un hito del Grand Tour para los viajeros intelectualmente elevados. A todos les unía una idea firme: cambiar el mundo y buscar la felicidad, para lo que había que arremangarse y empezar a desbrozar el camino que el oscurantismo de la Iglesia y la tiranía de los reyes habían obstruido y cortado, sumiendo a los pueblos y las gentes en la ignorancia, la superstición y la miseria. Querían construir una nueva moral, sana, que sustituyera a la vieja y roída del cristianismo, liquidando el aparato clerical de su Iglesia, que perseguía la razón, porque conducía al orgullo de los hombres; y el deseo, que traía la lujuria, obsesiva e inmunda para la Iglesia. Querían implantar una nueva, radical forma de vivir y estar en el mundo, del que había que borrar el lúgubre aspecto que el despotismo de la creencia en Dios había impuesto a los pueblos. Debía ser sustituido todo por la luz de la observación empírica, la demostración científica y el normal desarrollo del deseo y las pasiones humanas, con respeto a las leyes de la naturaleza.

La estrella más rutilante de aquel sistema fue Denis Diderot, el amigo más íntimo y compenetrado de D´Holbach, el sol supremo cuyo brillo ofuscó al gran naturalista Buffon, que no pudo soportar aquel deslumbramiento superior al suyo y abandonó discretamente el salón del barón para pasarse al de Madame Geoffrin, la más grande entre las salonières. Pensador excepcional, irónico, mordaz, conversador fascinante, Diderot había iniciado la tarea, junto a D´Alembert, al frente y como redactor-jefe de la Encyclopédie, cuyo rigor y método, y, desde luego, su tono escéptico y subversivo, bebieron en el gran Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle (1702). Pero, por supuesto, los hilos de la base y salto de su conocimiento y el impulso radical de los philosophes se habían urdido un siglo antes, en el desarrollo de la “filosofía natural” y de la propia ciencia, a través de las obras de Galileo, Newton, Descartes y de la bomba de relojería que supuso para la teología el pensamiento agudísimo de Spinoza. Con todo ello, Diderot y sus radicales enunciaron muy pronto un nuevo planteamiento de la interpretación del mundo y de la vida: el alma y el cuerpo eran la misma cosa, y la naturaleza y sus leyes regían la necesidad, los sentimientos y pasiones de los hombres. A la luz de la ciencia, los misterios que utilizaba la religión para mantener en la ignorancia y sumisión a la sociedad quedaban desvelados, clarificados, desechando para siempre la superchería religiosa, el ardid de los clérigos. El reino de Dios se había acabado. Comenzaba con ellos, con los philosophes del salón D´Holbach, el reinado auténtico de los hombres, una nueva era que conduciría para bien el futuro provechoso y naturalmente placentero de la humanidad entera.

Agustín García Simón es un historiador, periodista y escritor.


Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración europea.
Philipp Blom.
Traducción de Daniel Najmías.
Ed. Anagrama. Barcelona (2012).

Lee un fragmento de este libro
Si no puedes leer el archivo, descárgate Adobe Digital Editions (gratis).

sábado, 20 de febrero de 2016

'Los derechos del hombre de Thomas Paine', por Christopher Hitchens

'Los derechos del hombre de Thomas Paine'

Christopher Hitchens

DEBATE

Thomas Paine fue uno de los padres fundadores de Estados Unidos y una de las grandes figuras de la Ilustración. Su lucha contra el racismo, la esclavitud, el sexismo y el dogmatismo religioso tiene como cima Los derechos del hombre, un encendido panfleto en defensa de la democracia que publicó en 1791, espoleado por los ataques a la Revolución francesa. Paine escribió un apasionado alegato en defensa de los derechos inalienables del hombre que desde su publicación ha sido celebrado, criticado, rechazado, suprimido y tergiversado.

Dos siglos más tarde, Christopher Hitchens, el intelectual más estimulante de las últimas décadas y digno sucesor de Paine, analiza esa obra y se asombra de su clarividencia y su espíritu polémico, para demostrar que «en una época en que los derechos y la razón están siendo atacados, la vida y los escritos de Thomas Paine son parte fundamental del arsenal del que dependemos».

Reseñas:
«Un retrato brillante... Una fantástica introducción a la vida y obra de Paine... Hitchens continúa siendo un gran escritor, y un pensador fundamental.» Prospect

«Como con toda la obra de Hitchens, merece la pena leerlo y discutir con él.» Kirkus

«Hitchens escribe con la poderosa prosa que lo caracteriza.» Publishers Weekly

 

Introducción

En Estados Unidos, desde muy temprana edad los niños aprenden a cantar «My Country, 'Tis of Thee», cuya estrofa principal dice:

Mi país, es de ti,
dulce tierra de libertad,
es de ti de quien canto.
Tierra donde mis padres murieron,
tierra del orgullo de los Padres Peregrinos.
Desde todas las laderas de las montañas,
¡que resuene la libertad! (*)

Es la típica cancioncilla sentimental, pero se ganó la inmortalidad por obra y gracia del gran Martin Luther King, a causa del inolvidable discurso que este pronunció en la escalinata del Memorial Lincoln en el momento más álgido de la marcha sobre Washington, una marcha a favor de los derechos humanos que tuvo lugar en la primavera de 1963. Al incluir en su oratoria las familiares estrofas que todos habían aprendido en la escuela, pidió que la libertad resonara desde las cimas de todas las colinas, al norte y al sur, desde New Hampshire hasta California, y bajando por el Mississippi, hasta que la promesa formulada en los orígenes de Estados Unidos se hubiera cumplido para todos sus ciudadanos. «Para que Estados Unidos llegue a ser una gran nación -proclamó Martin Luther King-, esta promesa ha de hacerse realidad.»

 

(*)Para consultar el texto original, véase «Notas», p. 225.

[Adelanto del libro en PDF] por cortesía de El Boomeran(g), blog literario en español.

domingo, 17 de enero de 2016

¿Por qué fracasan los países?

Por Franco A. Tarducci

En el presente artículo, les proponemos una reseña muy personal sobre el libro de Acemoglu y Robinson “Por qué Fracasan los Países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”. No es nuestra intención resumir el contenido del libro, ni mucho menos, sino compartir con ustedes algunos puntos que entendemos resultan estimulantes para el tipo de debate que intentamos promover desde este espacio.

Por qué fracasan los países. Daron Acemoglu y James A. Robinson

Introducción: La elegancia de las respuestas “simples”.

A veces las grandes ideas son simples. Y pueden esconder mucha profundidad y complejidad en su presentación transparente. Pero no por eso pierden elegancia en la expresión, la sensación de sorpresa, de novedad que resulta de percatarse que lo que estábamos buscando estaba al alcance de la mano.

En cierto sentido, eso es lo que proponen Acemoglu y Robinson en su libro. La evidencia siempre estuvo ahí y los argumentos se han presentado otras veces, aun cuando sea de forma más ocasional y fragmentaria. Así como Piketty sacudió el debate académico mostrándonos el “elefante en la sala” que constituía el aumento de las desigualdades económicas en las últimas décadas, Acemoglu plantea una respuesta simple a un problema que en principio parece amplio, inabordable.

La pregunta es directa y a su vez no le falta nada de ambición: ¿Por qué fracasan los países? Interrogante que dejaría atónito a la mayoría, y nos encontraría improvisando mil respuestas del estilo “charla de café”. Y aun así la solución propuesta no presenta mayores complicaciones: los países fracasan (o triunfan) en virtud del tipo de instituciones que supieron darse.

“¿Y esto era todo? Se me podría haber ocurrido a mí también…” dirá usted, estimado lector. No obstante, sería bueno iniciar este diálogo por qué otras respuestas, igualmente difundidas, igualmente intuitivas, podrían llevarnos por el camino equivocado.

Cuando no todos los caminos llevan a Roma (o al desarrollo)

Una respuesta clásica consistiría en decir que el clima condiciona el desarrollo de los países. En principio cierra, ¿no? Está generalizada la idea de que los países desarrollados, países “serios”, están ubicados en el hemisferio norte, con climas templados o fríos, mientras que la casi totalidad de los países en desarrollo se encuentran en zonas de climas más cálidos. De alguna forma entonces, los primeros habrían desarrollado una sólida cultura de trabajo para afrontar las condiciones climáticas adversas, mientras que el resto “se volvieron vagos”, entregados a la vida sin preocupaciones del apacible clima tropical.

No obstante, esta idea no resiste un ligero test histórico. Ya en la actualidad, los autores plantean los ejemplos de las dos ciudades llamadas “Nogales” (una al norte y la otra al sur de la frontera entre México y EEUU), y Corea del Norte y del Sur. Allí el clima y hasta el trasfondo cultural de las personas son similares, y sin embargo distan enormemente en términos de desarrollo. Más aún, hasta el siglo XVIII, las condiciones materiales de vida en Europa no distaban demasiado de aquellas presentes en sociedades milenarias como India o China. O bien, este planteo tampoco nos permite entender por qué Japón se convirtió rápidamente en un país desarrollado, mientras que China permaneció atrasada hasta las últimas décadas. Por ende, la hipótesis geográfica queda descartada.

Existe otra visión que postula que son los factores culturales o religiosos los que determinan la suerte de una nación. Ya a principios del siglo XX, el gran sociólogo Max Weber señalaba que la religión protestante había inculcado de tal forma la cultura del trabajo arduo, que los países que abrazaban esta fe avanzaban más que sus pares católicos. Si bien esto podría haber tenido algún asidero en su tiempo, al día de hoy no existe tanta diferencia entre, digamos, Francia, Bélgica y Austria por un lado y Dinamarca, Holanda y Suecia, por el otro, como para seguir pensando que este es un factor primordial. Más aún: si volvemos sobre los ejemplos anteriores de, las diferencias entre las dos Nogales, entre China y Japón o las dos Coreas, se deben más a la trayectoria histórica de cada país y a sus instituciones económicas y políticas que a algún rasgo cultural determinante.

Una última idea errónea señala que algunos países no progresan porque su población o sus gobernantes desconocen cuáles son las políticas que llevan al desarrollo. Aquí nos tomamos la licencia de señalar algo. Esta idea es tan vieja, que se encuentra en el primer gran tratado de teoría política: La República de Platón. Y como lo descubrió el pobre Platón cuando lo echaban a patadas cada vez que intentaba poner en práctica sus ideas, como le ocurrió a Aristóteles cuando intentó adoctrinar a Alejandro Magno en las virtudes de las pequeñas ciudades independientes griegas, mientras su discípulo se disponía a dominar todo el mundo conocido, y a tantos otros después: la política es determinante.

En efecto, los gobernantes de China no se dieron cuenta repentinamente, un maravilloso día de 1979, que con las reformas de mercado se convertirían en una gran potencia. Tampoco los países africanos que se encomiendan a la tecnocracia del FMI se despiertan al otro día nadando en la abundancia. La dura realidad es que los mejores planes económicos no encuentran terreno fértil si no están dadas las condiciones históricas y políticas para su aplicación.

En este sentido, Acemoglu critica muy acertadamente a un amplio sector de la economía que pretende ignorar esto. Pero lamentablemente en muchos casos, por un lado, quienes toman las decisiones que empobrecen a su pueblo son enteramente conscientes de su proceder y por el otro lado, quienes proyectan la vía al progreso con gran sofisticación teórica optan por desconocer las condiciones sociales sobre las cuales sus premisas son llevadas a la práctica.

La propuesta de los autores

Hablábamos entonces de instituciones. En términos generales, los autores diferencian entre instituciones inclusivas y extractivas. En las primeras, se da una participación política y económica amplia en la sociedad, se tiende a la democracia y los individuos tienen la confianza y las herramientas necesarias para volcar su esfuerzo y creatividad en la economía, lo cual redunda en prosperidad para el conjunto de la población. Por su parte, las instituciones extractivas son aquellas que consagran el atraso, las actividades económicas tradicionales y poco sofisticadas, ya que las mismas sostienen en el poder a una élite que teme que la innovación cuestione las bases de su dominio.

En adelante, los autores despliegan su amplia erudición y comprensión de los procesos históricos para afianzar su punto. Cada capítulo se inicia con la descripción de una situación llamativa, casi anecdótica, que logra atrapar la atención del lector para llevarlo a un nuevo aspecto de su argumentación.

Así, vemos el contraste entre la colonización hispánica de América Latina y la de América del Norte. En el primer caso, los españoles llegan al continente ávidos de riquezas, reforzando los aspectos más opresivos de la estructura social vigente para obtener trabajo forzado y enviar los metales preciosos al Viejo Mundo. Por otra parte, los autores relatan la historia de la Virginia Company. Si bien la intención inglesa era similar en un principio, los colonizadores se encontraban con condiciones hostiles, que los hicieron establecerse y tener que trabajar por su sustento. Esto creo condiciones igualitarias entre los colonos, que en el largo plazo serían la semilla de instituciones democráticas.

Desde ya, el enfoque está puesto en la mirada de largo plazo. Es allí donde podemos vislumbrar el peso y la importancia de los factores históricos en el “devenir institucional” de cada nación. Aquí los autores remarcan dos elementos importantes. El primero es cierta inercia institucional: ya sea que hablemos de instituciones inclusivas o extractivas, las mismas tienden a reforzarse a sí mismas con el tiempo, ejerciendo distintos grados resistencia al cambio.

Pero a su vez, la historia abre particularmente camino a lo nuevo a partir de las llamadas “coyunturas críticas”: descubrimientos, revoluciones, grandes cambios sociales o tecnológicos que generan la oportunidad de cambio institucional, más allá de que este se materialice o no. Se trata de “grandes acontecimientos o confluencia de factores que transforman el equilibrio económico o político existente en una sociedad”. Ahora bien, aunque exista cierto componente de aleatoriedad en la forma en que estas coyunturas críticas se resuelven, aquí juega un papel clave la política, a la cual los autores definen como el proceso por el cual la sociedad elige las reglas que la gobernarán.

En palabras de los autores, “No existen dos sociedades que creen las mismas instituciones (…). las sociedades están constantemente sujetas al conflicto económico y político que se resuelve de distinta forma debido a diferencias históricas específicas, al papel de los individuos o simplemente, a factores aleatorios”. Asimismo, “a menudo estas diferencias son pequeñas en principio, pero se acumulan y crean así un proceso de deriva institucional”.

Ilustremos esto con un ejemplo. En la Europa medieval, primaba el sistema feudal por el cual la mayoría de la población se encontraba en la servidumbre y debía trabajar la tierra para pagar tributo a la nobleza, dueña de la tierra. Esto funcionó bien hasta que se dio una coyuntura crítica: la aparición de la peste bubónica. En poco tiempo, cerca de la mitad de la población europea pereció ante esta grave enfermedad.

Pero dado que comenzaron a escasear los trabajadores rurales, los mismos estuvieron en posición de pedir mejores condiciones o incluso de abandonar las tierras a las que permanecían adscriptos para ir a probar suerte a las ciudades. Como consecuencia, el sistema feudal se debilitó en Europa Occidental, y se fortaleció el incipiente desarrollo capitalista de las ciudades. No obstante, en Europa Oriental, la respuesta fue otra: los señores feudales sostuvieron el feudalismo por la fuerza, intensificándolo incluso. Esta respuesta divergente a problemas comunes, en dos regiones donde condiciones de vida eran relativamente similares, tuvo las mayores consecuencias en el largo plazo: mientras para el siglo XIX Europa Occidental se encontraba en plena revolución industrial, en el Este persistía el atraso y la servidumbre (en Rusia fue justamente abolida recién en el siglo XIX).

El espejismo del crecimiento extractivo

Los autores subrayan que las instituciones, sean extractivas o inclusivas, tienden a reforzarse a sí mismas. De esta manera, nos presentan el caso de tantas naciones africanas, donde las esperanzas que despertó la descolonización de los años ’60 y ’70, se desvaneció rápidamente cuando empezaron a eternizarse una serie de dictadores, de izquierda y de derecha, apoyados en las mismas instituciones extractivas que franceses e ingleses les habían legado. Peor aún: estos casos donde se concentra desde el Estado la explotación de unos pocos recursos naturales, tiende constantemente al conflicto entre la élite establecida y aquellos grupos rivales que quedan por fuera del reparto, favoreciendo así episodios de caos y guerra civil.

Lo paradójico es que en muchos casos, se logra algún grado de desarrollo bajo este tipo de instituciones extractivas. Pero los mismos estarían limitados a una serie de condiciones. En primer lugar, puede darse cuando las élites asignan recursos a actividades de alta productividad que controlan personalmente.

Aquí tenemos el ejemplo de las islas caribeñas durante la era colonial. Durante el siglo XVIII, el azúcar era un producto muy cotizado, que era producido con gran eficiencia para los parámetros de la época en las Antillas. Por ende, eran muy lucrativas como colonias para las potencias Europeas. Ahora bien, tal “productividad” era sostenida por la mano de obra esclava (y el atroz tráfico de personas que esto implicaba) y sus beneficios quedaban en tan pocas manos que fue poco lo que dejó en términos de desarrollo, de infraestructura y servicios básicos para estas naciones. Como demuestran los autores con otros ejemplos de colonialismo europeo, el caso fue mas bien el contrario…

Por otro lado, bajo instituciones extractivas se realiza cierto progreso cuando se permite a la par un desarrollo limitado de instituciones inclusivas. Un ejemplo claro son los de Corea del Sur, que fue una dictadura en las etapas iniciales de su desarrollo económico, permitiendo cierta inclusividad en el ámbito económico pero con derechos políticos limitados para el conjunto de la población. Finalmente, la situación se hizo insostenible y la la democracia política apareció a la par de las instituciones económicas inclusivas.

En el siglo XX, el caso más sorprendente de crecimiento bajo instituciones extractivas fue tal vez el de la Unión Soviética. “La trayectoria económica de la Unión Soviética proporciona un ejemplo claro de cómo la autoridad y los incentivos proporcionados por el Estado pueden dirigir un desarrollo económico rápido con instituciones extractivas y cómo este tipo de crecimiento, en última instancia, llega a su fin y se hunde”. Pero no fue sólo la cierta intelectualidad de izquierda que puso sus esperanzas en la potencia del campo socialista. En efecto, señalan los autores que hasta el Premio Nobel Paul Samuelson predijo dos veces, en 1961 y 1984, en el que tal vez sea el texto universitario más utilizado en Economía, que la URSS dada su tasa de crecimiento, superaría eventualmente la renta per cápita de Estados Unidos.

En efecto, el estalinismo utilizó la coacción para trasladar a millones de personas desde la improductiva agricultura tradicional a la industria. Y sin duda, por más ineficiente que haya sido tal proceso, se registró un notable crecimiento hasta la década de 1970. Pero una vez que los beneficios rápidos de la industrialización y la urbanización terminaron, cuando las materias primas redujeron su valor, la economía se estancó y luego se desarticuló completamente entre fines de los ’80 y comienzos de los ’90. Las razones parecían dadas de antemano: un sistema represivo que no encontraba como incentivar la productividad y la innovación entre su población, despilfarro de recursos naturales (ver caso del Mar de Aral), atraso tecnológico respecto a occidente, etc. Esto se acentúo cuando se acabaron los beneficios rápidos de la adaptación de las viejas técnicas industriales de occidente, justo en el momento en el que la economía mundial cambiaba de paradigma para hacer foco en las tecnologías de la información.

De forma polémica, los autores creen que de persistir sus instituciones extractivas, el crecimiento podría detenerse hasta en la misma China, que hoy parece imparable…

Círculo Vicioso, Círculo Virtuoso

En consonancia con gran parte de los estudios sobre la temática, los autores sostienen que “Salvo contadas excepciones, los países ricos actuales son los que se embarcaron en el proceso de industrialización y cambio tecnológico que empezó en el siglo XIX, y los pobres, los que no lo hicieron”.

Sin duda, el proceso continuado de cambio tecnológico y crecimiento económico de los últimos dos siglos no tiene precedente histórico alguno. Pero no obstante, algunos países estaban en mejores condiciones que otros para aprovechar la situación. La causa que señalan los autores es la sostenida a lo largo del libro: algunos países se negaron rotundamente a permitir que comenzara la industrialización. Que un país iniciara la industrialización dependía, en gran parte, de sus instituciones. Fueron las instituciones las que determinaron que “La desigualdad mundial existe actualmente porque, durante los siglos XIX y XX, algunos países fueron capaces de aprovechar la revolución industrial y los métodos de organización que aportaba y otros no

Como señalábamos, cuando un país tiene cierto tipo de instituciones, se registra una cierta inercia que genera resistencia al cambio. Si hablamos de instituciones extractivas, un país puede entrar en un círculo vicioso, en el cual las cosas van de mal en peor. En gran parte, esto se da por qué las élites tienen temor a la “destrucción creativa”, es decir, al cambio en los hábitos, las costumbres, las estructuras sociales y el reparto más pluralista del poder dentro de la sociedad que genera el desarrollo económico. Este es un fenómeno que se observa en distintas sociedades a lo largo del tiempo. Y en efecto, hubo ocasiones en que se tomó la decisión consiente de darle la espalda al progreso a fin de consolidar el poder político.

Un caso claro fue el de China durante las dinastías Ming y Qing, entre los siglos XV y XIX. En efecto, los gobernantes chinos decidieron que cortar los lazos con el resto del mundo era lo más efectivo para consolidar su poder político. La consecuencia lógica fue que al aislarse de la expansión comercial mundial y el desarrollo tecnológico promovido por occidente, consolidó una situación de atraso que hizo fácil que los europeos le impusieran condiciones de cuasi-colonialismo a China en base a su superioridad militar. El caso opuesto es el de Japón, que al reconocer la condición de debilidad en que lo ponía el aislamiento y el atraso técnico, decidió impulsar sostenidamente el desarrollo hasta convertirse en una de las economías más avanzadas.

Ahora bien, también se dio en muchos casos la situación en las cuales el atraso no fue una elección, sino el resultado de la injerencia externa. Esto se dio en las grandes áreas del mundo en las cuales el colonialismo europeo impuso o reforzó las instituciones extractivas existentes. Los ejemplos son varios: el fin de la industria textil en India, el tráfico esclavos en África, el apartheid en Sudáfrica, el colonialismo holandés en el sudeste asiático. Para los autores, “todo esto no explica solamente por qué la industrialización pasó de largo en gran parte del mundo, sino que también describe que el desarrollo económico en ocasiones se alimenta del subdesarrollo, e incluso lo crea, en alguna parte de la economía nacional o mundial.”

No obstante, algunas naciones sí pueden “romper el molde” e iniciar un círculo virtuoso. El mismo funciona a través de varios mecanismos, entre ellos: la lógica de las instituciones pluralistas hace más difícil la usurpación del poder por un grupo o un dictador y que las instituciones políticas inclusivas apoyan y son apoyadas por instituciones económicas inclusivas. El autor remarca aquí lo ocurrido en la década de los treinta en EEUU. El presidente Roosvelt había sacado al país de la gran crisis iniciada en 1930 y era inmensamente popular. No obstante, ante su insistencia de cambiar los miembros de la Corte Suprema por otros más afines a sus políticas, tanto el poder político como la sociedad en general supieron marcarle un límite a sus atribuciones. Pero esto no es algo meramente actual, sino que los autores remarcan cómo en numerosas disyuntivas similares, los países que han tenido éxito han sido aquellos que privilegiaron seguir en el proceso de largo plazo de construcción de instituciones igualitarias y pluralistas

A modo de conclusión

Dejo en el tintero varios e interesantes argumentos y ejemplos de los autores. Pero considero destacable cómo a partir de una teoría sencilla, los autores logran iluminar una cuestión sumamente compleja. Es una teoría que no explica todo, y esto está lejos de la intención de los autores, pero sí logra abordar adecuadamente la cuestión.

Desde ya que la razón de éxito o fracaso de los países es un debate apasionante, que nunca puede terminarse dadas las consecuencias que esto tiene para la vida cotidiana de miles de millones de personas. Me remito a la tan citada frase del Premio Nobel Robert Lucas:

¿Hay algo que pueda hacer el gobierno de la India para que su economía crezca como las de Indonesia o Egipto? Si la respuesta es sí, ¿qué exactamente? Si la respuesta es no, ¿qué ocurre en India que hace que así sea? Son asombrosas las consecuencias que para el bienestar de la humanidad entrañan preguntas como éstas: una vez que se empieza a pensar en ellas, resulta difícil pensar en cualquier otra cosa.”

No obstante, destacamos primero la ambición y la intención de los autores. En un mundo académico donde lo que priman son los papers cada vez más frecuentes y sobre temas más acotados y específicos, resulta destacable la postura del intelectual que sale de su claustro para comunicarse con el gran público y escribir un libro entero para desarrollar una teoría de tal alcance.

Por el otro, en un tiempo en que se privilegia una especialización cada vez mayor y a todo costo, los autores realizan un esfuerzo interdisciplinario en el cual la Economía se encuentra con la Historia y la Política. Esto no sólo nos resulta infrecuente y destacable, sino que nos interesa ya que desde nuestro lugar, aquí, en este blog intentamos constantemente generar intercambios entre las distintas disciplinas científicas, convencido de que ello mejora significativamente la comprensión de los temas que más nos afectan como ciudadanos de esta “aldea global”. Apoyamos entonces esta iniciativa y, como siempre, más allá que uno pueda o no estar totalmente de acuerdo con algunos autores (es casi imposible) consideramos que el aporte de Acemoglu y Robinson es un excelente disparador del debate en muchas temáticas de nuestro interés.

Referencias bibliográficas

Acemoglu, D., & Robinson, J. A. (2014). Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Buenos Aires: Ariel.


Si has llegado hasta aquí y te gustó este artículo, tal vez pueda interesarte también:

Crisis Económica Mundial I: Los orígenes: Acerca de la historia económica del siglo XX.

La crisis del Mar de Aral: Estudio de caso sobre las consecuencias ambientales de la economía soviética y pos soviética.

“Ser como ellos” por Eduardo Galeano: Una reflexión sobre los problemas de nuestro presente a partir de una de las personalidades más destacadas de la literatura latinoamericana contemporánea.


Franco A. Tarducci - Licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente cursando estudios de Maestría en Finanzas en la misma Universidad.

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¿Por qué fracasan los países? por Franco A. Tarducci está licenciado bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.