domingo, 8 de diciembre de 2019

'El giro: de cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno' por Stephen Greenblatt

Por Ángel J. Traver Vera
Este libro es, en mi opinión, un acierto editorial, que demuestra, de un lado, la perspicacia de su autor, actualmente en posesión de la cátedra John Cogan de la Universidad de Harvard, y, de otro, lo útil y deseable que resulta la simbiosis entre la investigación filológica y el ensayo histórico de carácter divulgativo. La cuestión de la importancia de Lucrecio para la civilización occidental estaba esperando a que alguien la cogiera, por así decirlo, como a su obra, el De rerum natura, de los anaqueles del monasterio de Murbach, allá por el año 1417. Desde que la edición magistral de H. Lachmann apareciera en 1850 los artículos, monografías y traducciones de Lucrecio se han multiplicado, hasta tal punto que el Année Philologique recoge sólo una parte de todo lo que se investiga sobre este singular y polémico poeta romano. En particular, los estudios sobre su tradición clásica, ya literaria, ya filosófica, ya científica, han creado un corpus bibliográfico notable, que ha hecho posible la redacción erudita de esta obra.

En el “Prólogo” Stephen Greenblatt explica por qué ha escrito la obra. Aunque su trayectoria profesional, como profesor y crítico de Literatura Inglesa, ha estado muy ligada a la figura de W. Shakespeare (p. 15), interesa aquí saber que Greenblatt es cofundador de la corriente de investigación denominada “Neohistoricismo”. Ésta defiende que una obra literaria es fruto del contexto más que una creación aislada, por lo que es necesario conocer las circunstancias que rodearon su redacción para comprenderla cabalmente. Aparte de que esta concepción haya influido en la elección del tema, dado el extraordinario impacto que supuso la rehabilitación de Epicuro y el redescubrimiento del De rerum natura de Lucrecio para la cultura renacentista, Greenblatt recuerda cómo la lectura fortuita de Lucrecio en sus años universitarios le liberó del miedo a la muerte que su madre le había infundido desde la infancia (pp. 11-13) y cómo, en paralelo, el redescubrimiento del De rerum natura, debido a Poggio Bracciolini, supuso un cambio en la deriva cultural de Europa (pp. 17-19). De ahí el título de El giro, pues, en efecto, la física epicúrea cantada por Lucrecio contribuyó a superar el Aristotelismo más que ninguna otra corriente de pensamiento. En este sentido, Greenblatt eleva a Lucrecio justamente al pódium de los campeones del progreso, como Nicolás Copérnico, Isaac Newton o Albert Einstein.

El capítulo primero (pp. 21-28), “El buscador de libros”, recrea la estadía y las visitas a diversos monasterios del secretario pontificio Poggio Bracciolini por los alrededores de Contanza, al sur de Alemania, con ocasión del concilio de mismo nombre (1414-18). El segundo (pp. 29-51), titulado “El momento del hallazgo”, rememora la obsesión de los humanistas italianos, ya desde Francesco Petrarca, por recuperar manuscritos de autores grecolatinos de las garras del olvido y los obstáculos que éstos encontraban en los monasterios donde se custodiaban semejantes tesoros, a veces en condiciones lamentables. Aunque antiquísimos, eran textos profanos y heréticos. Y el De rerum natura era, sin duda, el que más. Por eso, su redescubrimiento, posiblemente en el monasterio de Fulda, debe considerarse un auténtico “milagro laico” (García Calvo 1997: 16-17), pues argumentaba convincentemente la mortalidad de alma y negaba la providencia divina.

Terminados los dos capítulos iniciales, que conforman un apartado introductorio sobre el contexto del hallazgo, Greenblatt explica entre los capítulos tercero y octavo, sirviéndose de la analepsis, los antecedentes históricos, los fundamentos del Epicureísmo como filosofía inspiradora del poema y los avatares de su transmisión manuscrita, desde su redacción, en torno al 50 a.C., hasta el hallazgo por Poggio en 1417. Y, así, el tercero (pp. 53-76), “En busca de Lucrecio”, relaciona los encendidos elogios que ya los autores latinos, coetáneos unos, como Cicerón, y posteriores otros, como Ovidio, tributaron al poeta epicúreo, sobre quien, no obstante, cayó una suerte de conjura de silencio (Farrington 1939: 191-217). Poco se sabe, en efecto, de su vida. Los escritores latinos callan y san Jerónimo, como padre de la Iglesia, transmite una semblanza tan ben trovata de locura de amor, bebedizo y suicidio que resulta poco verosímil. En el cuarto (pp. 77-100), “Los dientes del tiempo”, Greenblatt reflexiona sobre los estragos que el discurrir de los siglos hizo en el legado grecolatino, víctima de un soporte muy perecedero, el papiro, del fanatismo religioso y de accidentes desafortunados, como el incendio de la emblemática biblioteca de Alejandría. Con todo, el sublime poema de Lucrecio pervivió completo y con él la mejor exposición de la filosofía epicúrea, que defendía, por encima de imposiciones teológicas, el estudio científico de la naturaleza. Y fue la Iglesia, confiada en la verdad de Cristo, quien lo preservó, pese a contener tesis heréticas. El capítulo quinto (pp. 101-20), “Nacimiento y renacimiento”, se centra en la biografía de Poggio Bracciolini, prestando especial atención a su formación como scriba en Florencia y a su fundamental participación junto con Coluccio Salutati en el diseño claro y redondeado de la letra humanística por la que ganó gran prestigio como escribano. En “La fábrica de mentiras” (pp. 121-36) Greenblatt trae a la memoria el ascenso de Poggio en la insidiosa curia papal hasta ocupar el anhelado cargo de secretarius domesticus del (anti)papa Juan XXIII y cómo reflejó aquel intrigante ambiente en sus Facetiae (“anécdotas”). Con el título de “Una trampa para cazar zorros” (pp. 137-57), el capítulo séptimo refiere, primero, la admiración de Poggio, común a todos los humanistas italianos, por los vestigios de la antigua Roma; luego, la complicada situación del papado durante el Cisma de Aviñón, que desembocó en el Concilio de Constanza (1414-18); y, por último, la persecución de las herejías, cuyos ejemplos más significativos fueron la condena a muerte del reformador Jan Hus durante el propio concilio (1415) y la destitución de Juan XXIII como papa, acusado entre otras cosas de epicúreo (p. 149). Curiosamente, dos años más tarde, Poggio redescubriría el manuscrito de Lucrecio, estando aún el sínodo vigente. El último capítulo de este apartado central se titula “Las cosas como son” (pp. 159-75). Es un sílabo comentado —y muy oportuno— de los postulados epicúreos recogidos en el De rerum natura. Muchos eran auténticas aberraciones para la doctrina cristiana, como “el universo no tiene creador ni ha sido concebido por nadie”, “el alma muere” o “no existe el más allá”. Sin embargo, el atractivo poético de la obra era irresistible y buena prueba es "El nacimiento de Venus" de Sandro Botticelli, quien parece haberse inspirado en el himno inicial a Venus del De rerum natura. Esta excelencia de su ars poetica debió de preservarlo, sin duda, de la desaparición, por más que méritos no le faltaran (p. 175).

El último apartado ocupa los capítulos del noveno al undécimo. En ellos Greenblatt rastrea los hitos del impacto del De rerum natura en la cultura occidental. “El regreso” (pp. 177-89) cuenta cómo, a pesar de estar ya descubierto, el texto pasó por una suerte de cuarentena hasta que comenzaron a circular copias manuscritas y darse a conocer. Poggio envió desde Constanza el apógrafo del De rerum natura a su amigo florentino Niccolò Niccoli y éste se demoró por más de catorce años en devolvérselo, de forma que su difusión se postergó al menos hasta 1431. Tras este lapsus, la impronta de Lucrecio en la literatura, el arte, la filosofía y la ciencia fue significativa e imparable. El capítulo décimo, “El giro” (pp. 191-208), muestra esto mismo: Nicolás Maquiavelo, Marsilio Ficino, Lorenzo Valla, Tomás Moro, Américo Vespucio o Giordano Bruno fueron en mayor o menor medida influenciados por el epicureísmo de Lucrecio. Todos eran figuras señeras del Renacimiento. Sus obras refundieron el ideario lucreciano, a veces sincretizándolo con el cristianismo, a veces realzándolo en obvia rebeldía, como hizo Bruno y pagó con su vida. Cierra el libro el capítulo “Vidas después de la vida” (pp. 209-25), donde Greenblatt ahonda en la proyección del De rerum natura, contra los desvelos inquisitoriales, en escritores, filósofos y científicos de la talla de Michel de Montaigne, Francisco de Quevedo, Francis Bacon, Galileo Galilei, Pierre Gassendi o Thomas Jefferson. No obstante, destaca en él y a modo de conclusión la influencia determinante del Atomismo epicúreo, gracias a la detallada exposición de Lucrecio, en la revolución científica del siglo XVII. La obra está escrita en un estilo claro, con el nervio de quien está entusiasmado por el tema y, a veces, con la intriga propia de una novela. Está, además, muy bien documentada. Las “Notas”, por ejemplo, contienen multitud de referencias bibliográficas, que prueban un manejo directo de las fuentes académicas. Y, aunque no están a pie de página —con buen criterio, pues el libro es divulgativo—, ofrecen también aclaraciones históricas y reflexiones personales que le confieren el rigor propio de un trabajo de investigación. Un simple vistazo a la nómina de lucrecianistas (Bailey, Clay, Dionigi, Fleischmann, Flores, Hadzsits, Müller o Sedley, entre otros) que aparece en la “Bibliografía selecta” basta para percatarse de que Greenblatt ha utilizado los estudios ineludibles del tema. Por lo demás, el “Índice analítico" es exhaustivo y la breve reseña de “Agradecimientos” reconoce a multitud de colegas su colaboración, entre los que se cuentan Ph. Hardie, coeditor de The Cambridge Companion to Lucretius (2007), y Ada Palmer, quien en breve publicará una monografía titulada Reading Lucretius in Renaissance (2014).

Pocos son los pecados en esta obra: se echan en falta algunos nombres en la bibliografía, como el de M.D. Reeve, autor de artículos fundamentales sobre la tradición manuscrita del De rerum natura; el de Ch. Goddard, autora de una tesis inédita (Epicureanism and the poetry of Lucretius in the Renaissance, Cambridge: 1991) y varios artículos sobre la influencia del poeta romano en humanistas y científicos como G. Pontano y G. Fracastoro, o el de Valentina Prosperi, cuya monografía, Di soavi licor gli orli del vaso: La fortuna di Lucrezio dall'Umanesimo alla Controriforma (2004), puso de manifiesto las precauciones que los autores renacentistas tomaban, en forma de condenas prologales (damnationes Lucretii), para sortear la censura eclesiástica cuando comentaban el De rerum natura.

Greenblatt descarta, como posibilidad, que Poggio encontrara el manuscrito lucreciano en Murbach. Sólo alude al cenobio de Fulda (pp. 46- 49). Sin embargo, tradicionalmente se ha considerado a Murbach el mejor candidato, al menos desde que H. Bloch (1901: 271) lanzara la hipótesis y, sobre todo, después que M. Manitius (1935: 42) comprobara su presencia en un catálogo medieval, cosa que no ocurre en Fulda.
Al hilo de la condena a muerte de G. Bruno por la Inquisición romana, tal vez, habría sido acertado mencionar dos antecedentes: Aonio Paleario, autor de un poema didáctico en hexámetros latinos, a imitación de Lucrecio, de título De animorum inmortalitate (1536), por el que fue ahorcado; y Marcelo Palingenio, quien también fue ejecutado por su poema heterodoxo Zodiacus vitae (ca. 1535-36), de reminiscencias asimismo lucrecianas.
Al rememorar la vida de Poggio Bracciolini (esp. pp. 186-89), Greenblatt olvida su etapa en Nápoles, entre los años 1442 y 1453, durante el reinado aragonés de Alfonso V “el Magnánimo”. Estando al servicio del monarca hispano, Poggio formó parte del Círculo Alfonsino junto con otros humanistas, como Antonio Beccadelli y Lorenzo Valla —con quien mantuvo una enconada enemistad. Este liceo fue germen de eminentes humanistas que admiraron a Lucrecio, como G. Pontano, M. Marullo, J. Sannazaro o A. Marsi, “detto l’Epicuro napolitano”.

En definitiva, que una obra tan cargada de “lasicidad” sea un best seller en Estados Unidos y Europa y que haya merecido los prestigiosos premios National Book Award (2011) y Pulitzer (2012) prueba, amén de excelencia, la vigencia e interés por la Cultura Clásica. Debe, en este sentido, animarnos, como filólogos clásicos, a continuar con nuestra labor en tiempos tan adversos, más, si cabe, cuando las Humanidades son minusvaloradas por una sociedad cautiva de la tecnología. Conviene recordar, en este sentido, que Epicuro y Lucrecio han contribuido, aunque pase desapercibido, a conformar la ciencia moderna y las democracias sociales europeas. Basta pensar en Francis Bacon o Karl Marx, entre otros. Y todavía pueden aportar más: su amor a la naturaleza, su teología liberadora y su sincera invitación a la amistad pueden resultar muy útiles a nuestra sociedad.

Referencias bibliográficas:

  • Bloch, H. “Ein karolingischer Bibliothekskatalog aus Kloster Murbach.” Strassburber Festschrift zur 46. Versammlung deutscher Philologen und Schulmänner (1901): 274-282.
  • García Calvo, A. T. Lucreti Cari: De rerum natura (edición crítica y versión rítmica). Zamora—Madrid: Lucina, 1997.
  • Farrington, B. Science and Politics in the Ancient World. London: G. Allen & Unwin ltd., 1939.
  • Manitius, M. Handschriften Antiker Autoren in Mittelalterlichen Bibliothekskatalogen. Leipzig: Harrassowitz, 1935.


    "El Giro: De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno"
    Stephen Greenblatt
    (Trad. castellana de J. Rabasseda y T. De Lozoya).
    Barcelona : Ed. Crítica, 2012, 319 pp. ISBN: 978-8498924121.

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